domingo, 21 de junio de 2009

SOBRE LA MUERTE DE CYPHER




Admiro, y de verdad que los admiro mucho, a los teóricos. Los admiro sobre todo porque ellos no intuyen nada, sino que lo leen todo. Seguramente todos han estado tomándose un café con alguien y luego un tercero (o un cuarto, porque hay mesas que sí tienden a llenarse, yo tiendo a hacer que la gente salga corriendo) lanza el título de un libro y luego de otro y otro más. Entonces uno no puede más que poner cara de entendido y dice lo que le han dicho sobre el libro, aclarando, por supuesto, que sólo lo hojeó o lo vio citado en algún otro lugar, lo que muchas veces (en mi caso) es una mentira gorda. Pero el otro tipo de la mesa lo leyó (o los leyó) varias veces e incluso puede citarlos.

Esto me pasa sobre todo con libros teóricos. Quizás por eso nunca he logrado escribir ensayos rigurosos con decencia y mis breves intentos en ese género tienen más citas de la Biblia y de algunas películas que de cualquier otra fuente (lo escribiré aunque el término me dé náuseas) académica. A ratos he picoteado en volúmenes de filosofía, pero no muy profundamente. Creo que he intentado leer “Las palabras y las cosas” de Foucault como ocho veces pero me río cuando cita a Borges y luego me duermo profundamente soñando con el Diccionario Chino o con lo último que había visto en la televisión. Creo que eso es, además de otros defectos de personalidad, lo que me hace responder con una estupidez ejemplar a las preguntas que me han hecho cuando se me ha ocurrido la idea igual de estúpida de decir que escribo. “¿Te parece que está dentro del deber ser del cuento actual el anticlimatismo?” Bueno, yo no sabía que los cuentos actuales eran anticlimáticos (además, apenas estoy seguro de qué es ser anticlimático, creo que el término lo leí en una revista literaria, pero no lo recuerdo muy bien). Otra vez oí que la gente hablaba de que la literatura contemporánea rompe con la literariedad de la obra y el procesador de palabras en mi cabeza subrayó el término con rojo. Yo me quedé callado hasta que alguien habló de lo que había en el cine o de series de la televisión, entonces imité la voz de Rocky Balboa y me aceptaron de nuevo en la conversación.

Hasta aquí parecería que me estoy vendiendo barato. Es más accesible para mí mostrarme como un perfecto pelmazo y reducir toda posibilidad de generar expectativa porque si hiciera lo contrario me costaría mucho trabajo no decepcionar a la gente. Claro que leo. Leo menos de lo que quisiera, pero leo. Es sólo que leo ficción: cuentos y novelas. Así aprendí a escribir: imitando las historias que me gustaban más y luego leyéndolas para ver por qué diablos yo no podía contar una Metamorfosis como Kafka a pesar de que los dos hubiéramos convertido al personaje en bicho. Asesiné a mis personajes durante años, pero nunca conseguí los efectos de Shakespeare. Lo que en él parecía una genialidad en mí parece un recurso facilón y bastante flojo. Sin embargo, aprendí a convertir a los personajes en bichos y también a matarlos. Algo gané. En términos teóricos no sé qué diablos significa eso, pero en términos prácticos significa que una vez que la suerte está echada no hay modo de caminar hacia atrás porque en la vida como en la literatura hay cosas irreversibles como la transformación o la muerte.

Una vez hablábamos de esta y otras cosas con un camarada. Él dijo que tenía más libros de teoría que de ficción o de poesía en su casa. En pocas o más palabras, él dejó de acercarse a la literatura con inocencia y luego dio un ejemplo que me hizo reír mucho: dijo que, como en la película Matrix, él ya sólo veía el código, es decir, el modo en que estaba armada la historia y eso hacía que no pudiera sorprenderse. Pensé en eso muchas veces. Sobre todo porque en las secuelas de Matrix, se ve clarito que Neo también ve el código, pero igual no deja de abrazar el cadáver de Trinity para devolverle la vida y sigue haciendo cara de esfuerzo y de dolor cuando el Smith le patea el cráneo. Lo que quiero decir es que no me molesta que, de cuando en cuando, uno pueda ver el código. Lo molesto en verdad sería que uno dejara de sorprenderse o de reaccionar a él.

Un comentario más. El tipo que dice ver el código en la primera película, lo dice con una cara de aburrido que no puede con ella. Ese tipo es el mismo que, eventualmente, se convierte en el traidor.




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